Benítez tenía un sueño. Entrenar al Real Madrid en
un Bernabéu lleno, frente al Barcelona, sentado en el banquillo de su
vida en el partido más grande del mundo. Con todo el dolor de su corazón
se traicionó a sí mismo y sacó el once que gusta en el palco y en la
grada, el que no hubiera dibujado jamás en su libreta. Y su mundo onírico se incendió, se derrumbó y se tornó en pesadilla. El partido deja una conclusión bastante obvia: el equipo blanco está en crisis.
El Barça se pegó otro festín ante el eterno rival.Tras los increíbles resultados de 0-3, 2-6 y 5-0 de años anteriores; este año llegó el 0-4.
Los números dicen que sólo le sacan seis puntos de diferencia al Madrid
y que al calendario le quedan muchas hojas que cortar, pero las
sensaciones de un equipo y de otro tienen un universo entre ellos.
Sergi Roberto, con su cara angelical de no haber roto un plato,
rompió el Clásico en diez minutos. Los que tardó en aprovechar la
superioridad azulgrana en el centro del campo. Se veían los huecos en el
campo blanco desde la Estación Espacial Internacional. Y el chaval se
puso a esquiar sin nieve,a colocar las notas en el pentagrama correspondiente para
encontrar con un giro de tobilloel pase perfecto para un Luis Suárez que no definió, adornó la jugada con un toque de exterior sensacional con destino al lateral de la red de Keylor.
Fue el primer versículo del libro del Apocalipsis blanco. Un Madrid
sumido en la incomodidad se mostró incapaz de robarle el balón a un
Barcelona que demostró ser una vez más el mejor equipo del mundo.
El propio Sergi Roberto perdonó un 0-2 que acabó por convertir en el
minuto 39 Neymar, con la magnífica colaboración de Iniesta. El manchego
hizo la croqueta delante de dos rivales en el centro del campo, encontró
vía libre y picó la bola lo justo para que el brasileño se encontrase
frente a Keylor y con ventaja.
La bronca se veía venir y pudo ser mayor si Marcelo no hubiera sacado
el 0-3 de Suárez de milagro al borde del descanso, una jugada que
hubiera reencarnado a Ronaldinho en el cuerpo de Neymar.
Las mismas cartulinas que sirvieron para rendir homenaje a París
antes del partido se utilizaron 45 minutos después para despedir al
equipo con una pañolada en la que recibió hasta el apuntador. No se salvó ni Florentino, que escuchó gritos de dimisión.
El Madrid fue un despropósito, desde el desaparecido Benzema hasta el
inerte Cristiano. Se sabe que no eran once maniquíes vestidos de blanco
porque en ocasiones se movían. James, que fue titular y no estuvo
excesivamente mal, fue el primer cambio blanco. Si fue un recado al
colombiano, al palco o una decisión táctica sólo lo sabe Benítez. El
caso es que no le salió bien porque el cambio, Isco, acabó por
autoexpulsarse y al Madrid le siguieron cayendo goles.
El tercero, todo un insulto a la intensidad. El
Barcelona sacó el balón jugado desde la defensa ante la impotencia
madridista y lo culminó Iniesta con una pared al borde del área de
Keylor con Neymar con tanta facilidad como precisión. Su zapatazo a la
escuadra fue impecable. Los de Luis Enrique se gustaron y cuando la MSN
se reunió pareció que jugaban en el parque de debajo de casa. Fallaban y
se reían entre ellos, con muchísima superioridad. El cuarto, de Luis Suárez, quedará en la historia como un tanto con el Madrid ya roto, pero sus dos amagos hasta que tumbó a Navas para definir con calma y cerrar un marcador histórico fueron de museo.
Y quedaba un cuarto de hora para sufrimiento madridista y para que
Piqué, que huele sangre como nadie, se lanzase al ataque para hacer él
el quinto, que no llegó a causa del inocente tiro de Munir que no llegó al catalán.
En el Madrid queda una crisis brutal y mucho rencor de la grada hacia los jugadores, el entrenador y el presidente. Esto no se arregla con una caja de bombones y una goleada ante un equipo menor que pise el Bernabéu próximamente.
Esta es una herida de las profundas, de las que envenenan relaciones y
salen a relucir cada vez que haya cinco minutos sin arrumacos. El futuro
de Benítez y de unos cuantos más puede estar sentenciado
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